jueves, 20 de marzo de 2008

El Hombre que no sabía el significado de la palabra Rosebud.

No decía una verdad y la estancia de su esencia era tan lúgubre que tenía que orlar las horas de aranas vestidas de tul piadoso. Mentía. Ella lo sabía desde que no le vio los ojos, no tenía, sólo poseía una soberbia increíble para zafarse de si mismo. Y ahora estaba donde esperan los muertos mientras narraba las mismas historias de los héroes individuales y de los folladores de leyenda, como los forajidos y los rapsodas del viaje a ninguna parte.
No decía una verdad y las decía todas, era su verdad, tan adornada, tan mermada dependiendo si se levantaba de buen humor o con esa erección que la juventud conlleva y que ahora sólo es un acto reflejo; las micciones acuden y el miembro dispone.
Cuentan los libros de Marcial Lafuente Estefanía—por más cercano—que era como el hombre que mató a Liberty Balance, esos malabares de los revólveres o colts del 45, una destreza prodigiosa en aras del servicio social a damas psicóticas, con el halo de Lady Chaterley en huelga y con el estandarte de Barbie en pro la utopía –un si es un no es-

La bestia despertó,
como el que hace papiroflexia
pensando en el delirio.
Alegría semejante no podría ser comparada con nada,
cuando el dueño de barco o avión o estela
viéseme llegar con tanto amor a carne abierta.
Él me vio desde sus prismáticos o ara y dijo:
¿Qué haces aquí?
Como un dios colérico entre Aguirre y las tierras del mediodía.
Y no puede decir nada.
Nada.
Tendría que haberlo sabido antes.
Malditas películas de Douglas Sirk.
Sólo pude abrazarlo y agradecer el instante que me dio de gloria

De “Las verdades prohibidas”


No decía una verdad y las de decía todas. Aun así, me destrozaba los nudillos del corazón llamando insistentemente a la puerta del Paraíso.

http://es.youtube.com/watch?v=4a_QPJrMY8g&feature=related

Billy “El niño” hubiese esperado a que el tren silbara tres veces e incluso, en un alarde, en un farol, pondría la mano en alto para pararlo. Sólo podrían ocurrir dos cosas—ya sabéis—y ambas dos son un prodigio y un final digno de Ford.