jueves, 20 de noviembre de 2008

Reacciones paradójicas.


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Hoy he ido, se suele decir, “al médico” la frase siempre me ha producido la sensación de visitar grutas sin linterna o caminar a tientas entre senderos sinuosos con posibles caídas al abismo, todo ello, eso si, sin nocturnidad pero con premeditación y alevosía. Mal asunto. Los señores galenos me producen una cierta alergia y un respeto dudoso, a priori, el mismo que podría tener por cualquier otra profesión; señalo esto último con énfasis por la manía quasi universal a ese respeto exacerbado que tenemos hacía un trabajador ¿porqué trabajan, no? del cual no sabemos absolutamente nada y que la puede pifiar en cualquier momento. Véase, la categoría ya del dirigirnos al susodicho: Sr. Doctor, vamos tengo colegas que también son doctores, en otros ámbitos, pero doctores, y nadie les dice: Sr. Doctor, a mi nadie me llama Sra. Casidoctora o Sra. Licenciada. Esta barrera, ya imprime un escalón al más puro estilo militar, la distancia esa tan americana de los cursillos pestilentes para ejecutivos agresivos-esos que acaban probablemente como en “la muerte de un viajante”, de marcar territorios. La situación es francamente ridícula si no fuese porque juegan con la salud de uno, conceptos básicos entre el bien y el mal, sano-enfermo.
Todo esta parafernalia anterior, amén de ser una opinión digamos que, de siempre, ayer se tornó más firme si cabe. Si, ayer tenía que ir a recoger los resultados de unos análisis, me encontraba altamente cansada, apática y que mejor que unos análisis; me hicieron unos primeros en los que todo estaba normal, muy normal, excepto lo que no lo estaba, es entonces cuando te dicen que hay que repetir y tal vez hacer una punción para descartar “males mayores”. A una se le queda cara como de acelga, entre la mala leche, la tristeza y la desinformación, eh, porque si preguntas mucho les jodes y acaban diciendo eso de “yo solo sé que no sé nada y conócete a ti mismo” como dijere el tocayo de mi padre, pero en cutre. Y una espera unos diítas, acongojada-o acojonada, como prefieran-y llegó el gran día, y ese gran día, ayer, no es como los días en los que esperabas resultados, un poner, de los exámenes, de ellos, de los exámenes sabías perfectamente como te había ido y, punto arriba, punto abajo, esperabas una certeza. Aquí los resultados son como esperar a que te digan cualquier cosa, y los tristes mala follás, esperamos lo peor, y una explicación de ese peor o ese mejor. La suerte, que a veces me acompaña a modo de Jedi de la cotidianidad, me ha acompañado, si, la resulta es una abundancia en sangre-en mi sangre, queridos médicos de mi corazón-de benzodiazepinas, que ellos mismos me habían prescrito. La respuesta del galeno, sencilla: nada, nada, lo quitamos y ya está ¿Ya está? El, ya está, resonaba en mi cabeza, ya está, ya está... y no sabía si darle un morreo de película, por la alegría, o una patada en el culo, por el cabreo supino y tan solo le musité: claro, serán reacciones paradójicas ¿no? Me miro fijamente con ojillos de estupefacción y creo que casi estuvo apuntito de decir ¿Lo cualo? En ese momento entendí que no entendía y que lo mejor era darse la vuelta y decir: la paradoja es Vd. Sr. Doctor. No lo hice, y al decir adiós lo miré como solo se miran a los imbéciles y pensé que era un buen momento para quererme, largarme presta a ese rinconcito-mi habitación-con Clarice Lispector y un café.

2 comentarios:

La paciente nº 24 dijo...

Es cierto que los/las doctores/as siempre tienen cara de decir algo, excepto cuándo les preguntas.
Pues debiste darle ese morreo, uno de tornillo para dejarlo clavado en cualquier sitio y luego soltarle la frase: La paradoja es Ud. Sr. Doctor.

Me ha gustado. Me he reído.

Celebro a Clarice y a ese café contigo.

Anónimo dijo...

A mi lo que me saca de mis casillas son los malos modos o la soberbia, mal que se gastan bastantes médicos; pero no todos, más bien los maduritos. Como anécdota curiosa citaré aquella vez en que tras sucesivas faltas de consideración terminé mandando al especialista la mierda, en plan Fernán Gómez, que creo que se me da muy bien alcanzar ese registro cuando nada ya no hay vestigio educativo de la infancia alguno que pueda detenerme.

Pues bien, a este si queréis lo morreáis vosotras. Un saludo.